
Miles de envoltorios de colores, formas, texturas, tamaños... horas de entretenimiento, desarrollo del intelecto, ¿fomento de las reacciones violentas?, ¿Alteración de la psicomotricidad?.... Lo cierto es que son una industria puntera en el mundo occidentalizado y que mi generación y la que nos sigue ( de momento, no hay más. Recordemos: una generación=20 años) han crecido de la mano de los videojuegos.
Mi rechazo personal por las videoconsolas en general y por jugar a ellas en particular, viene probablemente, como otros grandes traumas de mi vida ( bailar, hacer deporte en público, cantar) del espantoso miedo al ridículo en que he transformado progresivamente mi timidez intrínseca. Lo que al principio era una decisión propia - "no lo hago porque no me gusta"- se ha convertido con los años en mi barrera de protección contra las burlas ajenas que tanto dañito me hicieron en la infancia.
He ahí que, esta mañana, me ha sorprendido estar en el pasillo de los videojuegos, ojeándolos, e incluso ver que uno o dos serían susceptibles de divertirme. Incluso he llegado a pensar que me gustaría que me gustaran. Después me he visto a mí misma fracasando miserablemente durante horas en el intento de que el muñecajo de turno me haga caso. Y el microsegundo de jugona se me ha pasado.